«No hay viento favorable para el que no sabe dónde va». Séneca
¿Has pensado en alguna ocasión que ocurriría si salieses de viaje sin un destino concreto, sin equipaje, sin los recursos necesarios, sin ninguna razón que lo justifique, sin objetivo?
Es difícil encontrar el camino cuando no hemos fijado un destino… vagamos de un lado a otro, sin saber el «dónde», el cómo» y el «para qué». Nos dejamos arrastrar por la corriente y estamos en manos de las circunstancias. Será el azar o la voluntad de los demás quienes nos guíen, quienes manejen nuestro rumbo. Las posibilidades de disfrutar del viaje son escasas o fortuitas.
Cuando nos marcamos una meta, podemos diseñar un plan para alcanzarla, identificar las dificultades, definir los recursos que necesitamos y enfocar nuestras acciones y nuestro esfuerzo sin que éste se diluya. Un objetivo concreto y una buena razón para conseguirlo, se convierte en una fuente de compromiso y motivación.
Define tu meta de forma detallada, medible, que sea real y alcanzable pero a la vez retadora, y delimítala en el tiempo. Diseña un plan de acción y ponlo en marcha. El reto tirará de ti, te atraerá hacia él como un imán, generando la actitud y la persistencia necesarias para que lo hagas tuyo.
La libertad de decidir qué queremos para nuestra vida y de alinearlo con nuestros valores, con lo realmente importante, nos llena de ilusión, desata nuestro potencial y nos permite disfrutar del proceso a pesar de las dificultades.
Si aún no lo has hecho, elige dónde quieres ir, cuánto quieres tardar y para qué quieres llegar. Después, comienza a andar… sé flexible, aprende de aquellos con quienes te cruces o con quienes lo compartas, crece con las dificultades, transita por tus emociones, disfruta del camino y, cuando llegues, también del destino.