«El perdón es una decisión, no un sentimiento, porque cuando perdonamos no sentimos más la ofensa, no sentimos más rencor y tenemos en paz el alma». Madre Teresa de Calcuta.
A lo largo de nuestras vidas, en más ocasiones de las que nos gustaría, encontramos situaciones y personas que, con su comportamiento, nos causan dolor. Este sentimiento es una reacción natural, inevitable y que se va mitigando poco a poco. Sin embargo, el sufrimiento es una creación originada por nuestros pensamientos, por la interpretación que hacemos de lo que ocurrió. Lo peor es que puede prolongarse en el tiempo, enquistarse y causarnos mucho daño.
Estos relatos que se generan a partir de nuestro dolor, normalmente se asocian a la persona o circunstancia que lo generó, o a nosotros mismos si interpretamos que somos responsables de él. Y es así como creamos vínculos que producen sufrimiento, alimentándolos con emociones como la rabia, la tristeza, el miedo… y con comportamientos como el victimismo, la venganza, el rencor, la culpa…
La esclavitud del rencor
Cuando el origen del dolor es el comportamiento de otra persona, o de las propias circunstancias de la vida, a veces adversas, podemos caer en el victimismo: nos sentimos injustamente tratados y necesitamos una compensación, en forma de reparación o en forma de venganza… aparece el rencor. Este sentimiento tan destructivo genera un fuerte vínculo con el origen del dolor, nos ata a él y es la causa del sufrimiento prolongado.
Cuando vivimos en el rencor y no somos capaces de alejar de nuestros pensamientos estas conversaciones, nos convertimos en esclavos resentidos, llenos de ira, de sed de venganza… y a la vez débiles, impotentes e incapaces de acabar con el sufrimiento.
La esclavitud de la culpa
Por otra parte, si consideramos que el dolor tiene como causa nuestro propio e inadecuado comportamiento, aparece el no menos destructivo sentimiento de culpa. Cuestionamos no sólo nuestro «hacer», sino también nuestro «ser» y dejamos de aceptarnos provocando un intenso malestar.
Desde la culpa, distorsionamos la realidad, llenamos nuestra mente de pensamientos negativos y desarrollamos una imagen de nosotros mismos que comporta un tremendo desgaste de nuestra autoestima. Desde esta posición también generamos un fuerte vínculo con la causa del dolor y un sufrimiento permanente.
La libertad del perdón
Sea de una o de otra manera, instalados en el rencor o instalados en la culpa, hemos cedido el control de nuestras emociones a algo o alguien. En este caso, nuestras posibilidades de acción se limitan y el sufrimiento permanece… ¿qué hacer entonces?
Tomar la decisión de perdonar: romper las cadenas que nos atan al sufrimiento, cortar los vínculos que creamos con la causa del dolor, esté fuera o dentro de nosotros, y recuperar el control de nuestras emociones. ¿Cómo?
- Asume que a lo largo de tu vida te cruzarás con personas y situaciones que pueden generarte dolor, del mismo modo que también encontrarás placer. Ambos son parte de tu existencia.
- Cuida tus pensamientos, abre la puerta a diferentes interpretaciones y juicios de lo que experimentas. No puedes cambiar la realidad, pero sí la forma en que la vives.
- Analiza las adversidades por las que pases, para darles sentido y extraer de ellas el aprendizaje que siempre las acompaña.
- Perdona por ti, no por los demás, corta el vínculo que te ata a aquello que te hizo daño y te sentirás libre y en paz.
Explora en tu interior y busca si aún existen ataduras que te hacen sufrir… perdona y recupera tu paz, tu equilibrio y tu armonía.